martes, 13 de noviembre de 2012






Editorial

¿Cuánto hay de lluvia en nuestras emociones?  ¿Cuánto de nostalgia? ¿O de recuerdos que cantan al son del repiquetear sobre el techo de chapa?
La distorsión de un mundo de ventanas salpicadas. Los ojos nublados por la escala de grises de un cielo de plomo. El maravilloso olor a tierra mojada. Las luces multiplicadas en las gotas de lluvia. Esas corridas bajo un chaparrón imprevisto.
El choque de paraguas en la angostura de la ciudad.
Las calles de oleaje furioso, la ira del cielo arrasando sin piedad muchos sueños.
La cierta esperanza del arco iris y su promesa de soles.
Y en la palabra de tantos poetas este húmedo beso de lluvia hecho poesía


                                                           Gabriela Delgado





Los clásicos



Canción de la lluvia

Acaso está lloviendo también en tu ventana;
Acaso esté lloviendo calladamente, así.
Y mientras anochece de pronto la mañana,
Yo sé que, aunque no quieras, vas a pensar en mí.

Y tendrá un sobresalto tu corazón tranquilo,
Sintiendo que despierta su ternura de ayer.
Y, si estabas cosiendo, se hará un nudo en el hilo,
Y aún lloverá en tus ojos al dejar de llover.

                                            José Ángel Buesa (Cuba)








Lluvia
             a amparo mom


Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.

Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. otras veces cae con furia y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban.
No habían despertado todavía al amor.

No sabían nada de nosotros.

De nuestro gran secreto.

Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos. todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.

Te quiero con toda la furia de la lluvia. 

Te quiero con todos los violines de la lluvia.

Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.

Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana; increíble, pero tan real; numerosa, pero tan mía.

Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.

Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada 

Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.

Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos dos sombras y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra congoja, los humildes barrios

de los trabajadores.

La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste, y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría.

Intima, recóndita alegría.

Estoy tocado de tu destino.

Oh, lluvia. Oh, generosa.

                                                           Raúl González Tuñón (Argentina)




Piedra de horno
La tarde abandonada gime deshecha en lluvia.
Del cielo caen recuerdos y entran por la ventana.
Duros suspiros rotos, quimeras calcinadas.
Lentamente va viniendo tu cuerpo.
Llegan tus manos en su órbita
de aguardiente de caña;
tus pies de lento azúcar quemados por la danza,
y tus muslos, tenazas del espasmo,
y tu boca, sustancia
comestible, y tu cintura
de abierto caramelo.
Llegan tus brazos de oro, tus dientes sanguinarios;
de pronto entran tus ojos traicionados;
tu piel tendida, preparada
para la siesta:
Tu olor a selva repentina; tu garganta
gritando —no sé, me lo imagino—, gimiendo
—no sé, me lo figuro—, quejándose —no sé, supongo, creo—
tu garganta profunda
retorciendo palabras prohibidas.
Un río de promesas
baja de tus cabellos,
se demora en tus senos,
cuaja al fin en un charco de melaza en tu vientre,
viola tu carne firme de nocturno secreto.
Carbón ardiente y piedra de horno
en esta tarde fría de lluvia y de silencio.

                                                                     Nicolás Guillén (Cuba)









Noche de lluvia
Llueve… espera, no duermas.
Estate atento a lo que dice el viento,
y a lo que dice el agua que golpea
con sus dedos menudos en los vidrios.
Todo mi corazón se vuelve oídos
para escuchar a la hechizada hermana
que ha dormido en el cielo,
que ha visto el sol de cerca,
y baja ahora elástica y alegre de la mano del viento,
igual que una viajera que torna
de un país de maravilla.
Cómo estará de alegre el trigo, amante.
Con qué avidez se esponjará la hierba,
cuántos diamantes colgarán ahora
del ramaje profundo de los pinos.
Espera, no te duermas.
Escuchemos el ritmo de la lluvia.
Apoya entre mis senos tu frente taciturna. 
                                    Juana De Ibarbourou (Uruguay)









Rapsodia bajo la lluvia

 

Ahora

desde tu ahora estarás viendo

bajo esta misma lluvia las lluvias del diluvio
y aquellas que lavaron las rosas avergonzadas de Caldea
o las que se escurrieron desde el altar del druida hasta el cadalso
y fueron a susurrar sobre una tumba hostil en la espinosa Patagonia,
y también las azules, las prodigiosas narradoras,
las que te prometían un milagro cuando aún eras visible.
¡Qué inventario de lluvias en los archivos embalsamados de la Historia!
Mas ¿qué importan las lluvias?
Sería igual que vieras dinastías de ocasos, medallas o fogatas.
Sólo quiero decir que eres testigo desde todas partes,
huésped del tiempo frente al repertorio de la memoria y del oráculo,
y que cada lugar es un lugar de encuentro como el final de una alameda.
Pero estos pasos tuyos, vacilantes, bajo los pies menudos de la lluvia
me conmueven aún más que tus lamentaciones en el interminable corredor
o tu viejo mensaje para hoy, hallado entre dos libros.
Apostaría estas palabras rotas a cambio de tu nombre tembloroso en los vidrios,
toda la sal del mundo apostaría
a que vienes a combatir por mí contra los legionarios de las sombras,
o que tratas de hallar el moscardón azul que zumba con la muerte,
o que pagas un altísimo precio por abrazar los narcisos y las amapolas
-la vibración más íntima de cualquier estación-,
siempre bordeando los despeñaderos y hasta el confín del mundo,
siempre a punto de caer en la hoguera,
sin remisión y sin aliento.
Y sin embargo has visto el miserable revés de cada trama,
conoces como nadie la urdimbre del error con que fue tapizada mi orgullosa,
mi mezquina morada.
Querrías escamotear la inocultable imperfección con el brillo de un tajo,
dar vuelta mis pisadas encaminándolas hacia el aplauso y el acierto,
corregir el alcance de mis ojos, el temple de mi especie.
¿No te oigo girar y girar entre las ráfagas del agua lavando cada culpa?
¿Y no intentas acaso revelarme con tu melodía los cielos que ya sabes?
Conseguirás de nuevo doblegar esta noche hasta el amanecer
insistiendo en quedarte, como antes en escurrirte más allá de los muros,
acá, donde sólo compartimos la efímera ganancia y la infinita pérdida,
vueltos sobre el costado que nos oculta la visión,
aunque caiga la lluvia.


                                                            Olga Orozco (Argentina)





Pluma abierta



Lo abierto
Cae quieta la lluvia,
                 lo abierto mana.
Cae la lluvia, cae sobre
la espera,
en la caída la lluvia es su camino
                                 y el camino su llegada.
Hay que osar lo abierto y la caída:
                                      el desierto de la sed
                                                         no la sed del desierto.

                                            Hugo Mujica (Argentina)













llueve en buenos aires 
y el hombre se descalza
en la muerte pequeña de los otros
el dolor es un vuelo fugaz
pájaro herido de océanos y dudas
apenas una mortaja sin alas
y un cardumen de peces oxidados
llueve en buenos aires
los pasos vuelven a la memoria
y la piel descansada de besos
tiembla sobre mis ojos ciegos
llueve en buenos aires
te pienso entre mis libros
como un lugar de luz entre mis dedos
y te amo con la vulnerabilidad 
de un otoño azul en el espejo

llueve en buenos aires

                               Alba Estrella Gutiérrez (Argentina)











 Poderes de la lluvia

Me madrugan las gotas
cantándose en el techo.
Maimará se despierta
con calles vueltas ríos.
Rodando en la quebrada
roncan las rocas madres.
Y hay pájaros que ensayan
en las ramas mojadas .
                    Rodolfo Alonso (Argentina) 















Hoy se me mojaron las palabras.
No sé si de lluvia.
No sé si de llanto.
Resbalan una a una
por mi piel permeable de metáforas.
Gotas ilegibles
de un poema húmedo
escrito bajo un paraguas....
                                       Claudia Tejeda (Argentina) 













Lluvia

La lluvia deja caer sus hilos
asi con la misma  forma de siempre
entre todas las verdades por llegar
graba el aire en el filo de las miradas  
a veces ha llegado a romper
la lenta procesión de la espera
Paris o Estambul con ella el viento rie
Arrastra todos mis golpes 
quema el frio maestro de mis culpas
sin anillos  de amantes   y las ventanas cerradas 
Una mujer hermosa 
modela las huellas en la tierra
y son mas bellas las flores mojadas
uno mis huesos en cada curva 
mientras me roza inocente  
siempre es como la primera vez 
desde ahí , intacto comienzo
abre secretos
 sin puntos de referencia 

                                              Jorge Figueroa (Argentina)





















Origen de la lluvia

Hay una lluvia que brota
detrás de los ojos

no puedo precisar si el origen
es esta inmensidad
de pájaros que vuelan
en un secreto territorio hostil

o esa antigua pena
que arrastra la memoria

rebalsa los poros
llueve
escribe
me llueve

entre sonidos palabras
que la nombran

Hay una lluvia- arco iris
brota detrás de los ojos

                            Anamaría Mayol  (Argentina)











La lluvia

Duele el gemido de esta lluvia oscura…
Su cadencia tenaz y persistente
golpea los cristales, insolente,
llamándome hacia fuera, a la negrura.

que vaga por las calles. Yo segura
estoy adentro; sola, penitente,
ermitaña tal vez, sin el ardiente
leño encendido de ese amor locura.

Tuve un tiempo feliz, el de soñar.
Hoy la lluvia acompaña al repicar,
el dolor presentido de tu ausencia.

No salgo al mundo. Aquí espero a la muerte
para lograr así, la ansiada suerte
de encontrarme otra vez en tu presencia.

             Beatriz Milne Rotundo (Argentina)