domingo, 20 de julio de 2014

REUNN DE VOCES®
Revista literaria virtual Nº 26



Editorial

No solo de poesía vive el hombre.
El cuerpo también necesita cuidado y alimento. Pero como somos mucho más que materia, nos las hemos ingeniado para hacer de cada comida una fiesta que provoca todos los sentidos. La comida es reunión, charla, festejo y esa sobremesa interminable. Es el preámbulo de la cocina y su alquimia de condimentos y afectos.
Este pan de cada día necesita del otro para tener sentido. Para darle su real significado. Los alimentos son una instantánea de nuestro tiempo y nuestro ánimo. Es el compartir de lo mucho o la nada que tenemos.
Es esa bendita palabra que sazona el momento. Un festín de estímulos y manos, un poema de sabores.
Y una vez más la poesía de ayer de hoy y de siempre, esperándolos, humeante, lista para ser servida.
¡¡¡Feliz día del amigo!!!!

                                                             Gabriela Delgado


LAS COMIDAS





Los clásicos



Pan
Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo.

Me parece nuevo o como no visto,
y otra cosa que él no me ha alimentado,
pero volteando su miga, sonámbula,
tacto y olor se me olvidaron.

Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado:
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto.

Otros olores no hay en la estancia
y por eso él así me ha llamado;
y no hay nadie tampoco en la casa
sino este pan abierto en un plato,
que con su cuerpo me reconoce
y con el mío yo reconozco.

Se ha comido en todos los climas
el mismo pan en cien hermanos:
pan de Coquimbo, pan de Oaxaca,
pan de Santa Ana y de Santiago.

En mis infancias yo le sabía
forma de sol, de pez o de halo,
y sabía mi mano su miga
y el calor de pichón emplumado...

Después le olvidé, hasta este día
en que los dos nos encontramos,
yo con mi cuerpo de Sara vieja
y él con el suyo de cinco años.

Amigos muertos con que comíalo
en otros valles, sientan el vaho
de un pan en septiembre molido
y en agosto en Castilla segado.

Es otro y es el que comimos
en tierras donde se acostaron.
Abro la miga y les doy su calor;
lo volteo y les pongo su hálito.

La mano tengo de él rebosada
y la mirada puesta en mi mano;
entrego un llanto arrepentido
por el olvido de tantos años,
y la cara se me envejece
o me renace en este hallazgo.

Como se halla vacía la casa,
estemos juntos los reencontrados,
sobre esta mesa sin carne y fruta,
los dos en este silencio humano,
hasta que seamos otra vez uno
y nuestro día haya acabado…

                                          Gabriela Mistral (Chile)


Oda al caldillo de congrio
En el mar
tormentoso
de Chile
vive el rosado congrio,
gigante anguila
de nevada carne.
Y en las ollas
chilenas,
en la costa,
nació el caldillo
grávido y suculento,
provechoso.
Lleven a la cocina
el congrio desollado,
su piel manchada cede
como un guante
y al descubierto queda
entonces
el racimo del mar,
el congrio tierno
reluce
ya desnudo,
preparado
para nuestro apetito.
Ahora
recoges
ajos,
acaricia primero
ese marfil
precioso,
huele
su fragancia iracunda,
entonces
deja el ajo picado
caer con la cebolla
y el tomate
hasta que la cebolla
tenga color de oro.
Mientras tanto
se cuecen
con el vapor
los regios
camarones marinos
y cuando ya llegaron
a su punto,
cuando cuajó el sabor
en una salsa
formada por el jugo
del océano
y por el agua clara
que desprendió la luz de la cebolla,
entonces
que entre el congrio
y se sumerja en gloria,
que en la olla
se aceite,
se contraiga y se impregne.
Ya sólo es necesario
dejar en el manjar
caer la crema
como una rosa espesa,
y al fuego
lentamente
entregar el tesoro
hasta que en el caldillo
se calienten
las esencias de Chile,
y a la mesa
lleguen recién casados
los sabores
del mar y de la tierra
para que en ese plato
tú conozcas el cielo.
                                    Pablo Neruda (Chile)



Epístola

Perdonad al poeta
desdoblado en gastrónomo... Mas quiero
que me digáis si allá (junto al puchero,
la fabada tal vez o la munyeta),
lograsteis decorar vuestros manteles
con blanco arroz y oscuro picadillo,
orondos huevos fritos con tomate,
el solemne aguacate
y el rubicundo plátano amarillo.
¿O por ser más sencillo,
el chicharrón de puerco con su masa,
dándole el brazo al siboney casabe
la mesa presidió de vuestra casa?
Y del bronco lechón el frágil cuero
dorado en púa ¿no alumbró algún día
bajo esos puros cielos españoles
el amable ostracismo? ¿Hallar pudisteis,
tal vez al cabo de mortal porfía,
en olas navegando,
en rubias olas de cerveza fría,
nuestros negros frijoles,
para los cuales toda gula es poca,
gordo tasajo y cristalina yuca,
de esa que llaman en Brasil mandioca?
El maíz, oro fino
en sagradas pepitas,
quizá vuestros ayunos
a perturbar con su riqueza vino.
El quimbombó africano,
cuya baba el limón corta y detiene,
¿no os suscitó el cubano
guiso de camarones,
o la tibia ensalada,
ante la cual espárragos ebúrneos,
según doctos varones,
según doctos varones en cocina,
según doctos varones no son nada?
Veo el arroz con pollo,
que es a la vez hispánico y criollo,
del cual es prima hermana
la famosa paella valenciana.
No me llaméis bellaco
si os hablo del ajiaco,
del cilíndrico ñame poderoso,
del boniato pastoso,
o de la calabaza femenina
y el fufú montañoso.
¡Basta! Os recuerdo el postre. Para eso
no más que el blanco queso,
el blanco queso que el montuno alaba,
en pareja con cascos de guayaba.
Y al final, buen remate a tanto diente,
una taza pequeña
de café carretero y bien caliente.

                                    Nicolás Guillén (Cuba)




Nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
                                     Miguel Hernández (España)



Menú del día

1

El lunes se despierta labrador, metalúrgico,
ferroviario, bracero, pintor, oficinista;
avanza tumultuoso con todos los oficios
y simple, como un silbo, va a buscarse la vida.
Dicen que el lunes es padre. Pero también es madre.
Yo canto que también es muchacho y muchacha.
Madruga en las azules brújulas del planeta
y anda de campanero por los gallos del alba.

El lunes se conduele del que no tiene lunes,
del lunes sin semana de los desocupados,
pasa frente a sus casas como una estrella errante
donde hace cola el odio con los puños cerrados.
Yo suelo ver al lunes a eso del mediodía
en la fonda, en los bares, en las grises cantinas,
celebrando un puchero de rabo sustancioso
donde un coro de choclos sinfoniza la risa.

Pienso que si los lunes se pusieran de acuerdo,
como ya sucedió y sigue sucediendo,
todo amanecería violentamente hermoso
y en todas las cantinas cantaría el puchero.

2

Si uno ríe los martes, debe llorar los viernes
y mirarse las manos a la luz de una vela,
porque el martes, desnudo, como un niño, padece
de las admoniciones de la luna perversa.
Los martes tiene ruidos en todos los rincones
y suelen nominarse con un trece tridente,
por lo que el martes es ese muchacho de catástrofe
que rompe las ventanas de los adolescentes.

Haga el martes arroz, fideos con manteca,
una sopa liviana, churrasco vuelta y vuelta:
hay que evitar el íncubo que oficia a media noche
y las convocatorias rojas de la pimienta.

Los martes se discute. Hay plenario en la casa.
El viejo se levanta. Deja el puño en la mesa.
Sus hijos dicen: armas, dicen Che, dicen basta
y sobre nuestra bronca pasa ardiendo la huelga.
-Madre, no llore. Madre, no estamos contra el viejo.
-Estamos contra el mate del paro dominguero.
-El cree que la huelga es cosa de parar
y nosotros creemos que es pueblo en movimiento.
                                              Armando Tejada Gómez (Argentina)




Señora tomando sopa

Detrás del vaho blanco está el orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.

Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizás se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno,
hasta el último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,
la que traga este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.

Olga Orozco (Argentina)



Cerezas
                       A Elizabeth

Esa mujer que ahora mismito se parece a santa teresa
en el revés de un éxtasis / hace dos o tres besos fue
mar absorto en el colibrí que vuela por su ojo izquierdo
cuando le dan de amar /
y un beso antes todavía /
pisaba el mundo corrigiendo la noche
con un pretexto cualquiera / en realidad es una nube
a caballo de una mujer / un corazón
que avanza en elefante cuando tocan
el himno nacional y ella
rezonga como un bandoneón mojado hasta los huesos
por la llovizna nacional /
esa mujer pide limosna en un crepúsculo de ollas
que lava con furor / con sangre / con olvido /
encenderla es como poner en la vitrola un disco de gardel /
caen calles de fuego de su barrio irrompible
y una mujer y un hombre que caminan atados
al delantal de penas con que se pone a lavar /
igual que mi madre lavando pisos cada día /
para que el día tenga una perla en los pies /
es una perla de rocío /
mamá se levantaba con los ojos llenos de rocío /
le crecían cerezas en los ojos y cada noche los besaba el rocío /
en la mitad de la noche me despertaba el ruido de sus cerezas creciendo /
el olor de sus ojos me abrigaba en la pieza /
siempre le vi ramitas verdes en las manos con que fregaba el día /
limpiaba suciedades del mundo /
lavaba el piso del sur /
volviendo a esa mujer / en sus hojas más altas se posan
los horizontes que miré mañana /
los pajaritos que volarán ayer /
yo mismo con su nombre en mis labios /

                                    Juan Gelman (Argentina)



Pluma abierta



La palta

De pulpa verde y untuosa
es una fruta la palta
que a mi paladar exalta
por suave, fina y cremosa.

Sobre el pan deliciosa
pero mejor ser prudente
y no hartarse de repente,
podría ser indigesta
si desmesuras su ingesta,
disfrútala sabiamente.
                                   Marina Muñoz Cervera (Alemania)


Porotos
Asamblea desnuda
de bañistas rechonchos,
nadando en crema rubia
de triturado choclo.
Llegas en primavera
viajando en plato hondo,
ufana de vapores
hecha menú de fondo.

Impúdicos piluchos,
adanes sin recato,
copulando cebollas
perejil y cilantro,
planeando el abordaje
de la fuente de asado:
¡¡Ah frescos sinvergüenzas
que se han imaginado!!

Retozando entre víboras
de tallarines gordos,
son, porotos con riendas
para apetitos de ogro,
del invierno maltrecho
el rincón más jugoso;
tina de longanizas
que transpiran en rojo.

Si fuese coronado
rey de este Chile hermoso,
príncipe de las chacras,
condottiere de rotos,
blandiría en batalla
un cucharón goloso,
luciendo como enseña
un plato de porotos
                             Antrix (Chile)


Oda a la empanada de pino

Tus bailarinas manos
amasan la harina, la manteca
junto al agua
y la blanca espuma de la leche
se mezclan entre tus dedos,
y yo junto a ti
pico la cebolla
la lleno de dulce arena blanca
la amortiguo,
la mezclo con la carne sureña y con el vino
espolvoreando la sal, el comino,
el ají de los hombres
y mujeres de la tierra,
y el horno en la sombreada pieza
llega a la graduación perfecta
y las bandejas
rebosan el sabor que viene,
entonces como una aparición
de antiguas y felices almas,
salen las pequeñas cuadraturas
calientes,
rodeadas de yema dorada
jugosas
de huevo, pasas y aceitunas,
hirviendo en la amarilla
leche cuajada,
para tu boca y la mía
para la boca del pueblo,
ávido de fiesta dominical
y de alimento.




Mongongo
Hierve la olla
su escuálida miseria
al tocar fondo
en áspero silbido

descalzo el porvenir
apura su codicia
que desde un vaho cómplice
desnuca el paladar.

Hoy habrá cena
bajo el techo de lata

catorce ojos susurran
por guardarse el sabor
para los sueños

un guiso de mondongo
pondrá luz a la noche

avergonzado
se esconderá el poema
al pie del tenedor.

Silvia Spinazzola (Argentina)




Comer lentejas

Parto cebolla y lloro
porque pensando
me olvidé de hacer el truco
para no llorar.

Parto cebolla y cavilo
disfrutaría
guisando para las dos.

Casi se me va el aceite
de hacer el sofrito
imaginando lo mucho
que te gustarían mis lentejas.

Corto los ajos
lavo el laurel
hago tiras el pimiento
lo pongo en la sartén
removiéndolo mecánicamente
mientras pienso en ti.

Mi plato bosteza en la mesa
la injusta soledad
frente al vaso
de cristal que sabe
será usado con cierta desgana
sin brindis ni por el sol
que hoy no luce.

Otra vez
se me escapa una lágrima
y no es culpa de la cebolla
que está ahí
dando vueltas en la sartén
criticando junto al
pimiento y al ajo
al tomate que
como siempre llega tarde
a punto de no poderse cocinar.

No estoy triste
no lo estoy
es nostalgia de
lo poco que necesitamos
y lo difícil que es guisar para ti
comer juntas cualquier cosa
cualquier día
incluso este pobre
plato de lentejas
en tu casa
o en la mía.



Sutil poema para recitarte en el oído mientras te cocino

El amor, locura todo.
Cabildo abierto a la dicha.
Sensible lluvia imaginaria de pétalos.
Rocío en tu voz.
Blanca oscuridad / Ópalo radiante.
Me encantaría rebozarte vuelta y vuelta
y comerte a caballo,
milanesa.                
El aceite está caliente.
Quema.
La sartén se toma por el mango.
Se pincha suavemente
con el tenedor
y se acaricia un buen bocado
con el afilado extremo del cuchillo.

Marcos Bauzá (Argentina)



Ensalada de frutas

Rodaja de naranja,
rodaja de limón,
pétalos de azucenas
de delicado olor.

Trocitos de ciruelas,
bolitas de melón,
hojas de hierbabuena,
pipas de girasol.

Virutas de manzana,
gotitas de mentol,
cristalitos de pera
y de melocotón.

Serpentina de fresa
como un tirabuzón,
flores de mango y piña,
cintas de tornasol.

Uvas de moscatel,
cerezas de charol;
y caramelo líquido
formando un corazón.

En copa de cristal,
sombrilla de Japón,
una bengala lanza
un fuego de color.

Manuel Jurado (España)