Editorial
Aquí estamos, estrenando el año. Tiempo que
seguramente nos llenará de luces y sombras, de palabras y silencios, de nuevas
experiencias.
Y si a la palabra “sombra” nos referimos, es casi
una sorpresa descubrir cuantas acepciones y matices tiene. Sombra es una imagen
oscura que proyecta un cuerpo opaco que recibe luz, sombra puede un recuerdo,
un lugar de reparo y descanso, puede ser ceguera, anonimato, duda, tristeza,
confinamiento, inconsciencia, eclipse.
Una sombra puede ser fiel a su amo pero también
puede distorsionar la realidad.
La sombra no tiene colores, es una infinita
escalera de grises.
Nuestros ojos descubren las sombras, nuestras
palabras pueden pintarlas.
Aquí van algunas pinceladas literarias que nos
cuentan de sus sombras.
Gabriela Delgado
Los clásicos
Elogio
de la sombra
La vejez (tal es el
nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.
Jorge Luis Borges
(Argentina)
La
sombra
Al
despertar de un sueño, buscas
Tu juventud, como si fuera el cuerpo
Del camarada que durmiese
A tu lado y que al alba no encuentras.
Ausencia conocida, nueva siempre,
Con la cual no te hallas. Y aunque acaso
Hoy tú seas más de lo que era
El mozo ido, todavía
Sin voz le llamas, cuántas veces;
Olvidado que de su mocedad se alimentaba
Aquella pena aguda, la conciencia
De tu vivir de ayer. Ahora,
Ida también, es sólo
Un vago malestar, una inconsciencia
Acallando el pasado, dejando indiferente
Al otro que tú eres, sin pena, sin alivio.
Tu juventud, como si fuera el cuerpo
Del camarada que durmiese
A tu lado y que al alba no encuentras.
Ausencia conocida, nueva siempre,
Con la cual no te hallas. Y aunque acaso
Hoy tú seas más de lo que era
El mozo ido, todavía
Sin voz le llamas, cuántas veces;
Olvidado que de su mocedad se alimentaba
Aquella pena aguda, la conciencia
De tu vivir de ayer. Ahora,
Ida también, es sólo
Un vago malestar, una inconsciencia
Acallando el pasado, dejando indiferente
Al otro que tú eres, sin pena, sin alivio.
Luis Cernuda (España)
La
sombra
De
algún modo soy tu cuerpo,
Me designo en él, me quema
En la mentira útil como un remo,
En la desgracia y la amorosa lucha
Abriendo Los huecos de su máscara.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.
De algún modo soy tu cuerpo,
Cuando la rica, inexplicable sangre,
Transcurre en medio de representaciones.
Y lo seré hasta que cenizas
Acaricien tu prestada, última parcela.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.
De algún modo soy tu cuerpo,
La opresión que difunde me sostiene,
Y no en otro descienden las palabras,
Urde la disculpa el vejado sermón
Por nuestras pasadas facciones.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.
De algún modo soy tu cuerpo
Y si en atención a su dañina mengua
Me cuido bien de mirarlo como esencia,
¿Con qué prodigio, incisivo milagro,
Percibiré tu pasión cuando lo excluya?
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.
Me designo en él, me quema
En la mentira útil como un remo,
En la desgracia y la amorosa lucha
Abriendo Los huecos de su máscara.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.
De algún modo soy tu cuerpo,
Cuando la rica, inexplicable sangre,
Transcurre en medio de representaciones.
Y lo seré hasta que cenizas
Acaricien tu prestada, última parcela.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.
De algún modo soy tu cuerpo,
La opresión que difunde me sostiene,
Y no en otro descienden las palabras,
Urde la disculpa el vejado sermón
Por nuestras pasadas facciones.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.
De algún modo soy tu cuerpo
Y si en atención a su dañina mengua
Me cuido bien de mirarlo como esencia,
¿Con qué prodigio, incisivo milagro,
Percibiré tu pasión cuando lo excluya?
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.
Alberto
Girri (Argentina)
Detente
sombra de mi amor esquivo...
Detente, sombra de mi amor esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía,
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.
Detente, sombra de mi amor esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía,
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.
Sor Juana Inés
de la Cruz (México)
Sombra de humo
¡Sombra de humo cruza el prado!
¡Y que se va tan de prisa!
¡No da tiempo a la pesquisa
de retener lo pasado!
Terrible sombra de mito
que de mi propio me arranca,
¿es acaso una palanca
para hundirse en lo infinito?
Espejo que me deshace
mientras en él me estoy viendo,
el hombre empieza muriendo
desde el momento en que nace.
El haz del alma te ahuma
del humo al irse a la sombra,
con su secreto te asombra
y con su asombro te abruma.
Miguel de Unamuno (España)
Pluma abierta
Sombra en sombras
Igual que un pájaro de fuego
Tus alas dejaban caer
Una profunda sombra.
Te vi oscurecer
Como si las cenizas de la noche
Te cubrieran demasiado.
Y tu sombra melodía de sangre
Me empapaba los huesos.
Y tus ojos
Espejos de asfalto
Tallaban estatuas de agua.
Y tus manos
Columnas de algas
Estremecían los mares.
Yo
Fantasma temeroso
Me ocultaba.
Temía mirar tus ojos
Sabía que eran oráculos.
Pasaron cuatro y una noches.
Tu sombra se volvió blanca
Como tu lengua.
Supe que te irías.
Busqué mirar tus ojos
Secuencia interminable
De rostros desconocidos.
Entendí entonces
Que una noche cae
Con el peso de todos los siglos
Y que todos los siglos
Pesan al hombre
Como pesa la sombra al cuerpo.
Tus alas dejaban caer
Una profunda sombra.
Te vi oscurecer
Como si las cenizas de la noche
Te cubrieran demasiado.
Y tu sombra melodía de sangre
Me empapaba los huesos.
Y tus ojos
Espejos de asfalto
Tallaban estatuas de agua.
Y tus manos
Columnas de algas
Estremecían los mares.
Yo
Fantasma temeroso
Me ocultaba.
Temía mirar tus ojos
Sabía que eran oráculos.
Pasaron cuatro y una noches.
Tu sombra se volvió blanca
Como tu lengua.
Supe que te irías.
Busqué mirar tus ojos
Secuencia interminable
De rostros desconocidos.
Entendí entonces
Que una noche cae
Con el peso de todos los siglos
Y que todos los siglos
Pesan al hombre
Como pesa la sombra al cuerpo.
Lauren Mendinueta (Colombia)
Cuando el abandono
se hace carne
cuesta andar por este mundo
arrancada de mí.
Ella no entiende
la marca del silencio
es látigo / sentencia
espasmo en la sonrisa.
Lejana de todo
busco algún susurro
eco nocturno en el jardín
espero las sombras que te nombren.
Graciela Wencelblat (Argentina)
se hace carne
cuesta andar por este mundo
arrancada de mí.
Ella no entiende
la marca del silencio
es látigo / sentencia
espasmo en la sonrisa.
Lejana de todo
busco algún susurro
eco nocturno en el jardín
espero las sombras que te nombren.
Graciela Wencelblat (Argentina)
Esa
A veces va delante de mí ni se nota
luego deja que vaya sola
prueba ver si me atrevo a…
¿morir?
La veo correr en las praderas
respirar mis naranjas y soltarse
llenarse de azul cuando mira al cielo
buscarse
en el viento y las batallas
dolerse
del borde silente de los labios
que debieron decir…
Escudriña mi rostro a fondo
y se pregunta para qué llorar
¿importarán lágrimas de otro?
sabe y me sabe como la sé yo
Otea de La Silla el horizonte
con sus manchas urbanas
cordones y avenidas de cemento
trepa las montañas de la ciudad
que se ha inventado conmigo
por la tarde en soledad y
descorriendo la noche del día
Se halla mi sombra
repasando los hijos de la sombra
también los del sol
unos que se gestan en el pecho
sin parirlos del vientre y fecundan a ley
ensemillando los años que vienen
allí te reconoces cuando suspiras
eres donde quisiste no ser ni modo
sombras que asoman la luz
hijas del sol que hacen la sombra
aquélla que nos abre los centros
y desgarra el vientre para vivir
sobre el dolor y sus cenizas
Viene conmigo
de vez en vez esa se pasea por ahí
sin decir a dónde porque es de mí
mañana no sé
tampoco ella
Graciela
Salazar Reyna (México )
Desde las sombras
Sucumbió su imagen perturbada sobre el lecho cubierto de
martirios. Rogó ser fantasma de la casa para poder ser presencia y no el
olvido.
Sus dedos se doblaron como juncos, rozando las ventanas, besando casi el piso, para luego volver al rigor mortis y con ello enterrar también los verbos.
La alcoba rechinaba de nostalgia, el cielo se hizo fosa, la alfombra cementerio.
Cerraron las puertas de la casa, y al mundo le dijeron que había muerto.
¡¿Cómo pueden condenarme a la añoranza!? Dejarme entre los huesos sin deseos. No saben qué vivo en las paredes, que seguiré regando los malvones y cuidando dulcemente los canteros.
¡Escuchen! Aún sigo cantando, leyendo los naufragios de otros tiempos. Me baño con el sol en las mañanas y duermo cubierta por luceros.
¡Les ruego! No bajen las persianas, no apaguen la luz del patio chico. No cierren los ojos de la casa, el polvo está vistiendo a la memoria, como a mí la tierra de este infierno.
Sus dedos se doblaron como juncos, rozando las ventanas, besando casi el piso, para luego volver al rigor mortis y con ello enterrar también los verbos.
La alcoba rechinaba de nostalgia, el cielo se hizo fosa, la alfombra cementerio.
Cerraron las puertas de la casa, y al mundo le dijeron que había muerto.
¡¿Cómo pueden condenarme a la añoranza!? Dejarme entre los huesos sin deseos. No saben qué vivo en las paredes, que seguiré regando los malvones y cuidando dulcemente los canteros.
¡Escuchen! Aún sigo cantando, leyendo los naufragios de otros tiempos. Me baño con el sol en las mañanas y duermo cubierta por luceros.
¡Les ruego! No bajen las persianas, no apaguen la luz del patio chico. No cierren los ojos de la casa, el polvo está vistiendo a la memoria, como a mí la tierra de este infierno.
Gabriela
Abeal (Argentina)
la magia ha pactado con el fuego
a riesgo de la sombra
enigma abierto la sombra
mi corazón cerca su centro
el centro de la noche
esmeralda
fría lucidez navega
sin puerto
sin escudo
dulce padecimiento de luz bajo la lluvia
que la lluvia
no podrá extinguir
Norma Fumero (Argentina)
a riesgo de la sombra
enigma abierto la sombra
mi corazón cerca su centro
el centro de la noche
esmeralda
fría lucidez navega
sin puerto
sin escudo
dulce padecimiento de luz bajo la lluvia
que la lluvia
no podrá extinguir
Norma Fumero (Argentina)