lunes, 15 de octubre de 2012






Editorial

Parada aquí, con el mundo rodeándome, tomo conciencia de que todo lo que veo, todo lo que siento, de una forma u otra está hecho con las manos. Todo aquello que podríamos agrupar en lo material, pero también aquello que pasa por el corazón: la mano amiga, el puño cerrado de la ira, la caricia del amor, el gesto de victoria y también el gesto del vencido, la unión, la fuerza. Las manos que muchas veces hablan por nosotros, que se ofrecen, que comparten, aquellas que se anudan frente al dolor, las que piden, las que ayudan, las que siembran y cosechan, las vacías y solas, las que cuidan, las que abrazan.
También aquellas que arrebatan, mezquinas manos que golpean.
Las manos de una madre.
O de un obrero que nos cuenta en cada uno de sus callos cuanto ha peleado con la vida.
Parada aquí, me deslumbro con su lenguaje y con el de tantos poetas que cantaron y cantan a esta maravillosa herramienta que le fue dada al hombre.

                                                           Gabriela Delgado






Los clásicos



Las manos

Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos,

saltan, y desembocan sobre la luz herida

a golpes, a zarpazos.



La mano es la herramienta del alma, su mensaje,

y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
hombres de mi simiente.



Ante la aurora veo surgir las manos puras

de los trabajadores terrestres y marinos,
como una primavera de alegres dentaduras,
de dedos matutinos.



Endurecidamente pobladas de sudores,

retumbantes las venas desde las uñas rotas,
constelan los espacios de andamios y clamores,
relámpagos y gotas.



Conducen herrerías, azadas y telares,

muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.



Estas sonoras manos oscuras y lucientes

las reviste una piel de invencible corteza,
y son inagotables y generosas fuentes
de vida y de riqueza.



Como si con los astros el polvo peleara,

como si los planetas lucharan con gusanos,
la especie de las manos trabajadora y clara
lucha con otras manos.



Feroces y reunidas en un bando sangriento

avanzan al hundirse los cielos vespertinos
unas manos de hueso lívido y avariento,
paisaje de asesinos.



No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,

mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.



Empuñan crucifijos y acaparan tesoros

que a nadie corresponden sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
caudales de la aurora.



Orgullo de puñales, arma de bombardeos

con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
ejecutoras pálidas de los negros deseos
que la avaricia empuña.



¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden

al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
y en el amor se apagan.



Las laboriosas manos de los trabajadores

caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos explotadores
en sus mismas rodillas.

   
                            Miguel Hernández /España)  








Si mis manos pudieran deshojar

Yo pronuncio tu nombre 
En las noches oscuras 

Cuando vienen los astros 
A beber en la luna 
Y duermen los ramajes 
De las frondas ocultas. 
Y yo me siento hueco 
De pasión y de música. 
Loco reloj que canta 
Muertas horas antiguas. 

Yo pronuncio tu nombre, 
En esta noche oscura, 
Y tu nombre me suena 
Más lejano que nunca. 
Más lejano que todas las estrellas 
Y más doliente que la mansa lluvia. 

¿Te querré como entonces 
Alguna vez? ¿Qué culpa 
Tiene mi corazón? 
Si la niebla se esfuma 
¿Qué otra pasión me espera? 
¿Será tranquila y pura? 
¡¡Si mis dedos pudieran 
Deshojar a la luna!!


               Federico García Lorca (España)





La memoria en las manos

Hoy son las manos la memoria.

El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.

Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
Pero su peso áspero,
sentir nos hace que por fin cogimos
el fruto más hermoso de los tiempos.
A tiempo sabe
el peso de una piedra entre las manos. 

En una piedra está

la paciencia del mundo, madurada despacio.
Incalculable suma
de días y de noches, sol y agua
la que costó esta forma torpe y dura
que acariciar no sabe y acompaña
tan sólo con su peso, oscuramente.
Se estuvo siempre quieta,
sin buscar, encerrada,
en una voluntad densa y constante
de no volar como la mariposa,
de no ser bella, como el lirio,
para salvar de envidias su pureza.
¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
libélulas se han muerto, allí, a su lado
por correr tanto hacia la primavera!
Ella supo esperar sin pedir nada
más que la eternidad de su ser puro.
Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
está viva y me enseña
que un amor debe estarse quizá quieto, muy quieto,
soltar las falsas alas de la prisa,
y derrotar así su propia muerte.

También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
Nada más misterioso en este mundo.
Los dedos reconocen los cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendario: son recuerdos
de otros tantos, también innumerables
días felices
dóciles al amor que los revive.
Pero al palpar la forma inexorable
que detrás de la carne nos resiste
las palmas ya se quedan ciegas.
No son caricias, no, lo que repiten
pasando y repasando sobre el hueso:
son preguntas sin fin, son infinitas
angustias hechas tactos ardorosos.
Y nada les contesta: una sospecha
de que todo se escapa y se nos huye
cuando entre nuestras manos lo oprimimos
nos sube del calor de aquella frente.
La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta?
El peso en nuestras manos lo insinúa,
los dedos se lo creen,
y quieren convencerse: palpan, palpan.
Pero una voz oscura tras la frente,
—¿nuestra frente o la suya?—
nos dice que el misterio más lejano,
porque está allí tan cerca, no se toca
con la carne mortal con que buscamos
allí, en la punta de los dedos,
la presencia invisible.
Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada,
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin casarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías.


               Pedro Salinas (España)












Poema Para Tus Manos


Manos que sois de la Vida,
manos que sois del Ensueño;
que disteis toda belleza
que toda belleza os dieron;
tan vivas como dos almas,
tan blancas como de muerto,
tan suaves que se diría
acariciar un recuerdo;
vasos de los elixires
los filtros y los venenos;
¡manos que me disteis gloria
manos que me disteis miedo!
Con finos dedos tomasteis
la ardiente flor de mi cuerpo…
Manos que vais enjoyadas
del rubí de mi deseo,
la perla de mi tristeza,
y el diamante de mi beso:
¡llevad a la fosa misma
un pétalo de mi cuerpo!
Manos que sois de la Vida,
manos que sois del Ensueño.

¿En qué tela de llamas me envolvieron
las arañas de nieve de tus manos?
¡Red de tu alma y de tu carne, lía
mis alas y mis brazos!
Tú me llegaste de un país tan lejos
que a veces pienso si será soñado…
Venías a traerme mi destino,
tal vez desde el Olimpo, en esas manos;
y hoy que tu nave peregrina cruza
no sé que mar al soplo del Acaso,
ellas abren sin fin sobre mi vida,
como un cielo presente aunque lejano,
y de sus palmas armoniosas bajan
noches y días alhajados de astros,
o encapuzados de siniestras nubes
que me apuntan sus rayos…
Ellas me alzaron como un lirio roto
de mi tristeza como de un pantano;
me desvelaron de melancolías,
obturaron las venas de mi llanto,
las corolas de oro de mis lámparas
de insomnio deshojaron,
abrieron deslumbrantes los dormidos
capullos de mis astros,
y gráciles prendieron en mi pecho
la rosa del Encanto.
Mis alas embriagadas de pereza,
con dulzura balsámica peinaron,
les curaron las llagas de la tierra,
  y apartando las puertas del Milagro,
con un gesto que hacía un horizonte
una vía de azur me señalaron…
Yo abrí los brazos al tender las alas…
¡quise volar… y desmayé en tus manos!

¿En qué tela de fuego me envolvieron
las arañas de nieve de tus manos?
¡Red de tu alma y de tu carne, lía
mis alas y mis brazos!

¡Manos que sois de la Vida,
manos que sois del Ensueño;
manos que me disteis gloria,
manos que me disteis miedo!
Llevad a la fosa misma
un pétalo de mi cuerpo…
-¿Contendrán esas manos divinas, invisible,
el doloroso signo de las supremas leyes?…
¡Yo creo que solemnes, dominarán al Tiempo!
¡y dulces, juraría que hechizan a la Muerte!-

¡Manos que sois de la Vida!
¡Manos que sois del Ensueño!
¡Manos que me disteis gloria!
¡Manos que me disteis miedo!

Delmira Agustini (Uruguay)



Las manos

                   Mira tu mano, que despacio se mueve,
transparente, tangible, atravesada por la luz,
hermosa, viva, casi humana en la noche.
Con reflejo de luna, con dolor de mejilla, con vaguedad de sueño
mírala así crecer, mientras alzas el brazo,
búsqueda inútil de una noche perdida,
ala de luz que cruzando en silencio
toca carnal esa bóveda oscura.


No fosforece tu pesar, no ha atrapado
ese caliente palpitar de otro vuelo.
Mano volante perseguida: pareja.
Dulces, oscuras, apagadas, cruzáis.



Sois las amantes vocaciones, los signos
que en la tiniebla sin sonido se apelan.
Cielo extinguido de luceros que, tibios,
campo a los vuelos silenciosos te brindas.



Manos de amantes que murieron, recientes,
manos con vida que volantes se buscan
y cuando chocan y se estrechan encienden
sobre los hombres una luna instantánea.


Vicente Aleixandre (España)





Pluma abierta



Manos

Manos ajadas
manos de pañales
mamaderas
surcos
y semillas


manos jardineras

cesped de verano
amasijo leudante
canela y pico



manos de pintura

de paredes y ventanas
marcos de miradas



manos destruidas



manos de caricias

de adiós sin despedida
de noche virginal
de sucesos
de pañuelo
rocío de la muerte



manos agrietadas



tierra donde florece la sonrisa

y se siembra la palabra



son mis manos la gloriosa costumbre de la vida


                                              Elisabet Cincotta (Argentina)



Las manos 



En la niñez me acariciaron.
Y de las hamacas del parque
tantas veces
me hicieron descender.



Con el tiempo, me señalaron
las secuelas
que el incendio deja en el árbol.



Introdujeron mi vida en un río donde los días

........ con algas se encajaban.
Me llevaron frente al espejo
y mis huesos desnudos,
desvalidos
no pudieron
despojarse de pudores.



No hubo pausa sobornable.
Las manos me embolsaron sin respiro.
Y como los niños que tratan de recomponer
un juguete maltratado,
tocaron un día mi frente;
cuando ya la fiebre me había devorado.


                                                      Liliana Chávez (Argentina)




Observándome las venas de las manos

Son ríos desbordados.

Hay cigarras en la orilla
que el microscopia de la ciencia ignora.
Y hay tigres inocentes
que aceptan devorarlas.

Se ahoga en las orillas un sueño
no soñado,
un sueño escandaloso,
que vuelve río abajo.

Quién navega
en el cause
además de la vida
su astillosa canoa.

Y cuando al fin, Ulises
retornará a la ínsula.
Una mano en el papel
con un lápiz en la otra
y al fin, por una herida
de evaden
las palabras.



                             
Ester de Izaguirre (Paraguay)





El punto que nos une

..Admito que tus manos son proclama de encuentros
... Cómo alzan sus deseos
...... a través de mi cuerpo que se exime de culpas
.. cual Penélope fiel desata nudos
... en espera de espacios bienamados
.... Teje con imposibles los momentos ... Mientras desteje miedos
..Lo admito, son tus manos el punto que nos une

                                       Clara Del Carmen Guillén (México)





La mano en su certeza
es una llave llena de conjuros.

Se abre
y la noche se acerca a conversar con nosotros.

Se cierra
y una campana suena desesperada.

La duda de la mano
es lo que le falta a su sombra.

                                                   Alfredo A. De Cicco (Argentina)