jueves, 16 de mayo de 2013


REUNN DE VOCES®
Revista literaria virtual Nº 12


Editorial

 Decía Charles Chaplin: “El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto.”
 Un tiempo poeta que nos hace creer que escapa, que pasa, cuando en realidad los que pasamos por el tiempo somos nosotros.
Es el tiempo quien lleva las riendas, el que nos va corriendo el horizonte y nos cambia la perspectiva de las cosas.
No hay posibilidad de detenerlo o modificarlo. No existe reloj capaz de contenerlo o administrarlo. ¿Cómo podríamos medirlo sino desde nuestra más subjetiva humanidad?
Este señor de tres rostros, teje y desteje instantes, proyecta sombras y olvidos.
Esta eternidad que pesamos en felicidades o dolores, es camino implacable y certero.
Nos desvela con su secreto y nosotros, pequeños instantes en su rueda, intentamos sobornarlo con palabras.

                                                                        Gabriela Delgado


EL TIEMPO

Los clásicos


Las rosas del jardín de Adonis...

Las rosas del jardín de Adonis
Son las que yo amo, Lydia, esas efímeras rosas
   Que en el día de su nacimiento,
          En ese mismo día, mueren.

La luz es eterna para ellas, pues
Nacen con el sol cuando ya ha salido, y se acaban
   Antes que Apolo pudiera incluso iniciar
         Su trayectoria visible.

Como ellas, déjanos hacer de nuestras vidas un día,-
Voluntariamente, Lydia, desconociendo
   Que existe la noche antes y después
         El poquito que perduramos.

                           Fernando Pessoa (Portugal) Del heterónimo  Ricardo Reis






Advierte al tiempo de mayores hazañas,
en que podrá ejercitar sus fuerzas


Tiempo, que todo lo mudas,
tú, que con las horas breves
lo que nos diste, nos quitas,
lo que llevaste, nos vuelves:
tú, que con los mismos pasos,
que cielos y estrellas mueves,
en la casa de la vida,
pisas umbral de la muerte.
Tú, que de vengar agravios
te precias como valiente,
pues castigas hermosuras,
por satisfacer desdenes:
tú, lastimoso alquimista,
pues del ébano que tuerces,
haciendo plata las hebras,
a sus dueños empobreces:
tú, que con pies desiguales,
pisas del mundo las leyes,
cuya sed bebe los ríos,
y su arena no los siente:
tú, que de monarcas grandes
llevas en los pies las frentes;
tú, que das muerte y das vida
a la vida y a la muerte.
Si quieres que yo idolatre
en tu guadaña insolente,
en tus dolorosas canas,
en tus alas y en tu sierpe:
si quieres que te conozca,
si gustas que te confiese
con devoción temerosa
por tirano omnipotente,
da fin a mis desventuras
pues a presumir se atreven
que a tus días y a tus años
pueden ser inobedientes.
Serán ceniza en tus manos
cuando en ellas las aprietes,
los montes y la soberbia,
que los corona las sienes:
¿y será bien que un cuidado,
tan porfiado cuan fuerte,
se ría de tus hazañas,
y victorioso se quede?
¿Por qué dos ojos avaros
de la riqueza que pierden
han de tener a los míos
sin que el sueño los encuentre?
¿Y por qué mi libertad
aprisionada ha de verse,
donde el ladrón es la cárcel
y su juez el delincuente?
Enmendar la obstinación
de un espíritu inclemente,
entretener los incendios
de un corazón que arde siempre;
descansar unos deseos
que viven eternamente,
hechos martirio del alma,
donde están porque los tiene;
reprender a la memoria,
que con los pasados bienes,
como traidora a mi gusto
a espaldas vueltas me hiere;
castigar mi entendimiento,
que en discursos diferentes,
siendo su patria mi alma,
la quiere abrasar aleve;
éstas si que eran hazañas,
debidas a tus laureles,
y no estar pintando flores,
y madurando las mieses.
Poca herida es deshojar
los árboles por noviembre,
pues con desprecio los vientos
llevarse los troncos suelen.
Descuídate de las rosas,
que en su parto se envejecen;
y la fuerza de tus horas
en obra mayor se muestre.
Tiempo venerable y cano,
pues tu edad no lo consiente,
déjate de niñerías,
y a grandes hechos atiende.

                                        Francisco Quevedo (España)


¿Quién llama?
¡La propia voz!
¿Quién responde?
¡Muerte!
¿Se hunde la amistad
en el campamento del sueño?
¡Sí!
¿Por qué no canta ningún gallo?
¡Está esperando a que el beso del romero
nade en el agua!
¿Qué es eso?
¡El instante de abandono
del cual el tiempo se suprime
asesinado de eternidad!
¿Qué es eso?
Sueño y morir no tienen atributos.

                                       Nelly Sachs (Alemania)









 Ojo del tiempo

Este es el ojo del tiempo:
torcido mira
bajo ceja de siete colores.
Su párpado es lavado por fuegos,
su lágrima es vapor.
La ciega estrella vuela hacia él
y se derrite en la pestaña hirviente:
se va entibiando el mundo,
y los muertos
echan brotes y florecen.

                              Paul Celan (Rumania)







Tiempo sin tiempo

 Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él
tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta

tiempo para mirar un árbol un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo

tiempo para esconderme
en el canto de un gallo
y para reaparecer
en un relincho
y para estar al día
para estar a la noche
tiempo sin recato y sin reloj

vale decir preciso
o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.

                      Mario Benedetti (Uruguay)


Pluma abierta




 Entre el tic y el tac

Entre el tic y el tac del reloj,
hay un silencio.
En el podrían caber todos los gritos,
en el podrían caber todas las penas,
todas las suplicas y todos los reproches.
Entre el tic y el tac del reloj
podrías matar a un hombre,
reconstruir un gesto ya olvidado,
abrazar a un amigo
para decir aquello que jamás has dicho.
Entre el tic y el tac del reloj
podrían suceder todas las cosas,
menos el tiempo,
el tiempo sólo ocurre en el tic o en el tac.
Entre el tic y el tac del reloj
tuviste una esperanza,
pero no lo recuerdas
.

                    Rubén Balseiro (Argentina)









Asombro del tiempo
                             (Estela para la muerte de mi madre Josefina Fuentes de Aridjis)

Ella la dijo: Todo sucede en sábado:
el nacimiento, la muerte,
la boda en el aire de los hijos.
Tu piel, mi piel llegó en sábado.
Somos los dos la aurora, la sombra de ese día.

Ella la dijo: Si tu padre muere,
yo también voy a morir.
Sólo es cosa de sábados.
Cualquier mañana los pájaros
que amé y cuidé van a venir por mí.

Ella estuvo conmigo. En mi comienzo.
Yo estuve con ella cuando murió, cuando nació.
Se cerró el círculo. Y no sé
cuándo nació ella, cuándo morí yo.
El rayo umbilical nos dio la vuelta.

Sobre la ciudad de cemento se alza el día.
Abajo queda el asombro del tiempo.
Has cerrado los ojos, en mí los has abierto.
Tu cara, madre, es toda tu cara, hoy que dejas la vida.
La muerte, que conocía de nombre, la conozco en tu cuerpo.

Dondequiera que voy me encuentro con tu rostro.
Al hablar, al moverme estoy contigo.
El camino de tu vida tiene muchos cuerpos míos.
Juntos, madre, estaremos lejanos.
Nos separó la luna del espejo.

Mis recuerdos se enredan con los tuyos.
Tumbados para siempre, ya nada los tumba.
Nada los hace ni deshace.
Palpando tu calor, ya calo tu frío.
Mi memoria es de piedra.

Hablo a solas y hace mucho silencio.
Te doy la espalda pero te estoy mirando.
Las palabras me llevan de ti a mí y de mí a ti
y no puedo pararlas. Esto es poesía, dicen,
pero es también la muerte.

Yo labro con palabras tu estela.
Escribo mi amor con tinta.
Tú me diste la voz, yo sólo la abro al viento.
Tú duermes y yo sueño. Sueño que estás allí,
detrás de las palabras.

Te veo darme dinero para libros,
pero también comida.
Porque en este mundo, dicen,
son hermosos los versos,
pero también los frutos.

Un hombre camina por la calle.
Una mujer viene. Una niña se va.
Sombras y ruidos que te cercan
sin que tú los oigas, como si sucedieran
en otro mundo, el nuestro.

Te curan de la muerte y no te salvan de ella.
Se ha metido en tu carne y no pueden sacarla,
sin matarte. Pero tú te levantas, muerta,
por encima de ti y me miras desde el pasado mío,
intacta.

Ventana grande que deja entrar a tu cuarto la ciudad de cemento.
Ventana grande del día que permite que el sol se asome a tu cama.
y tú, entre tanto calor, tú sola tienes frío.

Así como se hacen años se hace muerte.
Y cada día nos hacemos fantasmas de nosotros.
Hasta que una tarde, hoy, todo se nos deshace
y viendo los caminos que hemos hecho
somos nuestros desechos.

Sentado junto a ti, veo más lejos tu cuerpo.
Acariciándote el brazo, siento más tu distancia.
Todo el tiempo te miro y no te alcanzo.
Para llegar a ti hay que volar abismos.
Inmóvil te veo partir, aquí me quedo.

El corredor por el que ando atraviesa paredes,
pasa puertas, pasa pisos,
llega al fondo de la tierra,
donde me encuentro, vivo,
en el comienzo de mí mismo en ti.

Número en cada puerta y tu ser pierde los años.
Tu cuerpo en esa cama ya sin calendarios.
Quedarás fija en una edad, así pasen los siglos.
Domingo 7 de septiembre, a las tres de la tarde.
Un día más, unos minutos menos.

En tu muerte has rejuvenecido,
has vuelto a tu rostro más antiguo.
El tiempo ha andado hacia atrás
para encontrarte joven. No es cierto
que te vayas, nunca he hablado tanto contigo.
Uno tras otro van los muertos, bultos blancos,
en el día claro.
Por el camino vienen vestidos de verde.
Pasan delante de mí y me atraviesan. Yo les hablo.
Tú te vuelves.

Pasos apesadumbrados de hombres
que van a la ceremonia de la muerte,
pisando sin pisar las piedras
de las calles de Contepec,
con tu caja al cementerio.

Tú lo dijiste un día:
todo sucede en sábado:
la muerte, el nacimiento.
Sobre tu cuerpo, madre, el tiempo se recuerda.
Mi memoria es de piedra.

                              Homero Aridjis (México)



Destiempo

el tiempo del destiempo
trepanó los últimos signos de la voluntad
pasó cerca y rápido
final de un camino equivocado
principio de un mañana
quizá
también equivocado
el tiempo del destiempo
llenó los ojos de telarañas
los nervios de rencores
las manos de un vacío pegajoso
colgó en las bocas el silencio de la frase que no pudo decirse
forzó la despedida a los ojos de mármol
que nos miraban 
                    desde quién sabe dónde.

                              Graciela Bucci (Argentina) 











Oscuro el galope que redobla afuera y adentro  

tanto de la noche como en los cuartos de mi cabeza.
No se deja ver la muy yegua, pero golpea
a las puertas de mí como huérfana bajo la lluvia. Golpea.
La tregua o silencio –vale igual-
sobreviene con la luz en el rostro del nuevo día;
pero el tiempo –implacable- no se enferma
no se muere nunca el condenado
de modo que regresa la oscuridad y con ella
la yegua, y con ella el galope tanto afuera
como adentro de la noche y adentro
de los cuartos de mi cabeza.
Vuelve la mensajera de la soledad.
Relincha la soprano del dolor.

                              Marcos Silber (Argentina)


Hoy

Todo tiempo pasado fue mejor
¿O habrá que leer la espalda de lo dicho?
............. Si Hoy es el bastón de apoyarse en Ayer
................ Se aúlle o insulte
........... no hay marcha atrás

                              Pablo Resa (Argentina)









Tiempo


Ha llegado la hora de mostrarnos desnudas
por la casa.
Si alguien puede contemplarnos son los muertos,
nadie más:
los personajes de liturgias extrañas
más perfume
que uñas y que vida.
Caminamos desnudas,
los sexos liberados por ángeles de tiempo
y en los pechos
una leve ceniza
mixtura
de regiones con frutos a la siesta.
Nos hicieron mujeres y como tales somos
una mitad de símbolo
y una mitad de arena.
Desnudas sin más leyes
que una naturaleza podadora de sangres.
Aquí miramos los retratos que penden de los clavos
como se miran las propias manos
y se escuchan los propios gritos
con esa continua herencia en objetos y horas
y sin embargo
respiramos la certeza de una piel
que no se vive
pero que se presiente.

                                           Lucía Carmona (Argentina)


Pasar el tiempo

Tu piel como el amanecer
la mía como el musgo
Una describe el principio
de un final innegable.
La otra, el final de un
principio seguro.

                      Maya Angelou (EE.UU )