viernes, 8 de febrero de 2013




Editorial

De aquí soy. Nací en este destino de veredas, de callecitas que rara vez miramos. Mi ciudad corazón que nos abarca a todos, más allá de los desencuentros, más acá de la soledad. La ciudad de los silencios grises y palomas, de esquinas de olvido y ausencia. Un río de multitud apurada, de sueños color barrio. Esta ciudad que nos duele en su historia y en la nuestra. La que llevamos tatuada con odios y amores, la que nos refleja en sus espejos de agua y sus vidrieras o en ese cafecito de mesa compartida. Vamos y venimos por sus venas y sus andenes. Ella late sus días y sus noches, sus luces y sus sombras. Nosotros, los vagabundos, los poetas, la pintamos de humo y recuerdos y de alguna forma amanece en nuestra tinta con su mejor cara, con su mejor canto.


             Gabriela Delgado



Los clásicos

"Buenos Aires mi amante"


1-

Buenos Aires comienza siempre
     en el destino de un sueño
o a la altura de un recuerdo más o menos
     intenso.
A veces es como un gran pensamiento
que se interna adentro de uno mismo
y se transforma de repente en la velocidad
     de una mirada
llena de fervor por las cosas más mínimas:
un nombre, unas calles,
el nivel de alguna duda que destrozamos
de improviso en un beso,
o alguna mujer por la cual corremos sin saber
     el porqué
ni hasta dónde llegamos.
Otras veces es un inmenso mapa de encuentros
más o menos hermosos
o una piel dibujada en los croquis de una guía
     de turismo,
o un trozo enorme del corazón,
del tuyo, del mío,
     del corazón de todos.

                                   Atilio Jorge Castelpoggi   (Argentina)











Agua de Roma

Oyes correr en Roma eternamente,
En la noche, en el día, a toda hora
El agua, el agua, el agua corredora
De una fuente a otra fuente y otra fuente.
Arrebatada, acústica, demente,
Infinita insistencia corredora,
Cante en lo oscuro, gima bullidora,
Es su fija locura ser corriente.
Ría de un ojo, llore de unos senos,
Salte de un caracol, de entre la boca
De la más afilada dentadura.
O de las ingles de unos muslos llenos,
Correrá siempre, desbandada y loca
Libre y presa y perdida en su locura.

                         Rafael Alberti (España)




Che Buenos Aires
Amanecí de niebla en los andenes.
Dicen que con la luna a las espaldas.

No sé en qué viento vine. Te traía
ese polvo tenaz, esa distancia
agreste y cereal como la tierra
donde recobras tu paloma diaria.

Toqué tu aroma gris. Crucé el tumulto
incorporándolo al sonido de mi sangre.
Empuñé el viejo amor. Entré a la lluvia
y me volví guitarra en tu regazo.

Dicen que desperté como naciendo
con todo el sol en vilo en las pestañas,
que salí a conocerte en las esquinas
donde ya eras leyenda, puro tango,
porque anduve de olvido y fui tu ausencia
durante mucho hueso y mucho llanto
y teníamos tanto que decirnos!
tanto país doliendo que contarnos!

Andabas multitud, cálido río
de muchedumbre mía y navegante,
pero te busqué el rostro donde sueñas
y me quedé en tus ojos a soñarte.

Te averigüé la vida y era urgente
compartir el insomnio en un estaño,
discutir ese asunto del otoño,
demorarme en tu vino mano a mano
hasta fundar esa alegría lenta
que arde en la sal más fuego de una lágrima
desde donde se crece a la ternura
porque uno es hombre así, che, Buenos Aires.

Se dio el amor. Andaba entre la gente
como una flor perdida entre los pájaros.
Lo vi cruzar crepúsculos y esquinas
llevándose la tarde de la mano.
Jugándose en las calles. Combatiendo
por el íntimo pan y el trecho de alba.
Todo el amor se dio incesantemente
y yo lo vi estallar en sudestada.

Después me preguntaste: ... qué hay del aire
y ese color Oeste del verano?
En qué cañaveral, aún gimiendo,
anda la suerte pobre de la Patria?
Qué árboles recuerdas? Qué camino
pisa la dura copla que me cantas?
Cómo quedó tu madre? Siempre cobre
bajo la luz enorme y camarada?
Se crece allá? Perdura lo profundo?
sigue subiendo el sol a nuestra causa?
Qué traes en los ojos? Cómo ejerces
tu oficio de badajo y de campana?

-Vos siempre de país...!
-Siempre andariego!
-Sacate el viento...
-La camisa agraria.
-Es hora que hagas sombra por Boedo
donde una luna bandoneón te aguarda...

Entonces, me quedé a contarte el viento
y a saberme tus vidas y milagros,
fundé la casa al sur con mi Gloriana,
un grillo Glorianita y otro Paula.

No sé por cuánto tiempo. No sabemos
qué tiempo de vivir es necesario
para serte guitarra, canto tuyo
crecido en el tumulto de tu canto.

De noche, suelo caminar tus lunas.

Dicen que ando de niebla...

No hagas caso.


                                           Armando Tejada Gómez (Argentina)



La ciudad

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.
                                Constantino Cavafis (Grecia)








 Entro de noche a mi ciudad, yo bajo a mi ciudad
donde me esperan o me duelen, donde tengo que huir
de alguna abominable cita, de lo que ya no tiene nombre,
una cita con dedos, con pedazos de carne en un armario,
con una ducha que no encuentro, en mi ciudad hay duchas,
hay un canal que corta por el medio mi ciudad
y navío enormes sin mástiles pasan en un silencio intolerable
hacia un destino que conozco pero que olvido al regresar,
hacia un destino que niega mi ciudad
donde nadie se embarca, donde se está para quedarse
aunque los barcos pasen y desde el liso puente alguno esté mirando mi ciudad.

Entro sin saber cómo en mi ciudad, a veces otras noches
salgo a calles o casas y sé que no es mi ciudad,
mi ciudad la conozco por una expectativa agazapada,
algo que no es el miedo todavía pero tiene su forma y su perro y cuando es mi ciudad
sé que primero habrá el mercado con portales y con tiendas de frutas,
los rieles relucientes de un tranvía que se pierde hacia un rumbo
donde fui joven pero no en mi ciudad, un barrio como el Once en Buenos Aires, un olor a colegio,
paredones tranquilos y un blanco cenotafio, la calle Veinticuatro de Noviembre
quizás, donde no hay cenotafios pero está en mi ciudad cuando es su noche.

Entro por el mercado que condensa el relente de un presagio
indiferente todavía, amenaza benévola, allí me miran las fruteras
y me emplazan, plantan en mí el deseo, llegar adonde es necesario y podredumbre,
lo podrido es la llave secreta en mi ciudad, una fecal industria de jazmines de cera,
la calle que serpea, que me lleva al encuentro con eso que no sé,
las caras de las pescaderas, sus ojos que no miran y es el emplazamiento,
y entonces el hotel, el de esta noche porque mañana o algún día será otro,
mi ciudad es hoteles infinitos y siempre el mismo hotel,
verandas tropicales de cañas y persianas y vagos mosquiteros y un olor a canela y azafrán,
habitaciones que se siguen con sus empapelados claros, sus sillones de mimbre
y los ventiladores en un cielo rosa, con puertas que no dan nada,
que dan a otras habitaciones donde hay ventiladores y más puertas,
eslabones secretos de la cita, y hay que entrar y seguir por el hotel desierto
y a veces es un ascensor, en mi ciudad hay tantos ascensores, hay casi siempre un ascensor
donde el miedo ya empieza a coagularse, pero otras veces estará vacío,
cuando es peor están vacíos y yo debo viajar interminablemente
hasta que cesa de subir y se desliza horizontal, en mi ciudad
los ascensores como cajas de vidrio que avanzan en zig-zag
cruzan puentes cubiertos entre dos edificios y abajo se abre la ciudad y crece el vértigo
porque entraré otra vez en el hotel o en las deshabitadas galerías de algo
que ya no es el hotel, la mansión infinita a la que llevan
todos los ascensores y las puertas, todas las galerías,
y hay que salir del ascensor y buscar una ducha o un retrete
porque sí, sinrazones, porque la cita es una ducha o un retrete y no es la cita,
buscar la dicha en calzoncillos, con un jabón y un peine
pero siempre sin toalla, hay que encontrar la toalla y el retrete,
mi ciudad es retretes incontables, sucios, con portezuelas de mirillas
sin cerrojos, apestando a amoníaco, y las duchas
están en una misma enorme cuadra con el piso mugriento
y una circulación de gentes que no tienen figura pero que están ahí
en las duchas, llenando los retretes donde también están as duchas,
donde debo bañarme pero no hay toallas y no hay
donde posar el peine y el jabón, donde dejar la ropa, porque a veces
estoy vestido en mi ciudad y después de la ducha iré a la cita,
andaré por la calle de las altas aceras, una calle que existe en mi ciudad
y que sale hacia el campo, me aleja del canal y los tranvías
y por sus torpes aceras de ladrillos gastados y sus setos,
sus encuentros hostiles, sus caballos fantasmas y su olor de desgracia.

Entonces andaré por mi ciudad y entraré en el hotel
y del hotel saldré a la zona de los retretes rezumantes de orín y de excremento,
o contigo estaré, amor mío, porque contigo yo he bajado alguna vez a mi ciudad
y en un tranvía espeso de ajenos pasajeros sin figura he comprendido
que la abominación se aproximaba, que iba a ocurrir el Perro, y he querido
tenerte contra mí, guardarte del espanto,
pero nos separan tantos cuerpos, y cuando te obligaban a bajar entre un confuso movimiento
no he podido seguirte, he luchado con la goma insidiosa de solapas y caras,
con una guarda impasible y la velocidad y campanillas,
hasta arrancarme en una esquina y saltar y estar solo en una plaza del crepúsculo
y saber que gritabas y gritabas perdida en mi ciudad, tan cerca e inhallable,
pero siempre perdida en mi ciudad, y eso era el Perro era la cita,
inapelablemente era la cita, separados por siempre en mi ciudad donde
no habría hoteles para ti ni ascensores ni duchas, un horror de estar sola mientras alguien
se acercaría sin hablar para apoyarte un dedo pálido en la boca.

O la variante, estar mirando mi ciudad desde la borda
del navío sin mástiles que atraviesa el canal, un silencio de arañas
y un suspendido deslizarse hacia ese rumbo que no alcanzaremos
porque en algún momento ya no hay barco, todo es andén y equivocados trenes,
las perdidas maletas, las innúmeras vías
y los trenes inmóviles que bruscamente se desplazan y ya no es andén,
hay que cruzar para encontrar el tren y las maletas se han perdido
y nadie sabe nada, todo es olor a brea y a uniformes de guardas impasibles
hasta trepar a ese vagón que va a salir, y recorrer un tren que no termina nunca
donde la gente apelmazada duerme en las habitaciones de fatigados muebles,
con cortinas oscuras y una respiración de polvo y de cerveza,
y habrá que andar hasta el final del tren porque en alguna parte hay que encontrarse,
sin que se sepa quién, la cita era con alguien que no se sabe y se ha perdido las maletas
y tú, de tiempo en tiempo, estás también en la estación pero tu tren
es otro tren, tu Perro es otro Perro, no nos encontraremos, amor mío,
te perderé otra vez en el tranvía o en el tren, en calzoncillos correré
por entre gentes apiñadas y durmiendo en los compartimientos donde una luz violeta
ciega los polvorientos paños, las cortinas que ocultan mi ciudad.

Julio Cortázar (Argentina)





Pluma abierta


La ciudad nómade
Como si de tanto ser abril, abril se esfumara. Y yo, esa mujer cansada, sin
saber qué hacer con tanta huida, dónde esconder las armas del exilio y la astucia. Al entrar, primero a un corredor y luego a un patio cuadrado y generoso, alcanzo a ver al hombre que tal vez me enseñe a amar. Por un beso, recogería ese umbral, ese cielo más hondo donde sueñan sus labios, abrazaría mis lágrimas futuras, esta penosa vida que me avanza.
Pero no me detengo, el patio hierve: unos jóvenes corren, un auto frena
en seco, rugen ametralladoras, la noche clandestina, hay un algo de nupcias con fantasmas, de cita cantada. De pronto, dice una voz a mi lado:
—Córrete para atrás que ahí viene la ciudad.
Veo que la ciudad se acerca y pasa por delante como si fuera un río.
Una novia clara. Transcurre, de izquierda a derecha, lentamente, con su
perfil de almenas y de lumbre. Alborozada, me pregunto por dónde he de cruzarla.

                                               María Negroni (Argentina)



Bajo tus pies la ciudad
        Bajo tus pies
la ciudad se abre
como un mero
accidente de asfalto,
y dudas si descender
a caminar al parque cercano,
o quedarte leyendo
a Iván Blatny
al borde del aire.
        Al final de la mañana
la luz se hace nostalgia
de la sombra
y te atreves por fin a cruzar
el umbral de la puerta de casa.
        En el paso de cebra
el ruido se te antoja
trágico
y cifras tu dignidad
en sonreírle al guarda de tráfico
que detiene los autos
levantando la mano al cielo
para que tú puedas
cruzar la calle.
Y dudas si seguir
o regresarte a casa,
pero alguien que sale
sigiloso del museo
que hay en la acera de enfrente,
te dice al oído:
"Vengo de levantarle las faldas
a las Meninas del Prado
y de tocarle el culo
a una gorda de Botero.
¿Tú crees que soy feliz por eso?".
Y recuerdo a Kevin Ayers,
porque muchas cosas pueden pasar
cuando vas por la calle.
        Me dijo hasta luego, tarareando
una conocida melodía
del músico de Soft Machine:
"Doctor Sueño,
si te pones esta gorra de plata
coseré a ella mi corazón
porque con esta gorra te pareces
a alguien que conocí en un sueño.
Lo que tengo es lo que anhelo;
ardo alegremente por los sueños."
Levanto mi mano para decir adiós
pensando ¡qué loco está!,
y antes de subir al estribo del bus,
me grita:
"...Y no sé si hacer algo
o no hacer nada".
Velázquez debe estar confundido,
Botero ensimismado
y Ayers flipado.
Alguien ha robado los pinceles,
el bronce y la guitarra
que justifican el cambio del mundo.
La mano que oculta
el sexo de las muchachas en flor
se devela en mitad del sueño:
exige que abra de par en par
las puertas del corazón
a los inmensos pañuelos del olvido.
Y me recuesto sobre el asfalto
ebrio de dudas.
        ¿Porqué malgastamos el tiempo?
¿A qué tantas palabras confusas?
¿Qué quiero?
¿Adónde lleva este sendero?
"Este sendero no lleva a ninguna parte",
me contesto sabiendo que la vida es breve
y que el amor es una estafa
como el agua turbia de la Cibeles
que anhelan mis labios resecos.
-¿Qué hago? ¿Qué hago?-,
me pregunto con insistencia,
levantando mi transparente cuerpo
del duro suelo por el que me arrastro.
        ¿Me vuelvo a casa?
Es indignante la lentitud
con la que se vacía
mi cuerpo
de la huella trágica
de los erráticos caminos andados,
del azar del agua en mi boca,
de las preguntas sin respuesta.
No ha sido abril bueno
para el amor,
y peor será mayo
para mis pies
si no le pongo orden
a este confuso caminar
de la memoria
y al monótono trasegar
                            de las preguntas
y los recuerdos.
        Amigo,
ven,
        vamos al bar,
será mucho mejor
tomarnos otra cerveza.
Dudar si hacer o no hacer,
me ha dado sed.
¿Cambiar el mundo
o cambiarnos nosotros?
¿Liberarnos de qué y para qué?
Ay, si en este momento
encontrara la respuesta,
amigo,
no sé qué haría con ella.
Antonio María Flórez (Colombia)







Ciudad
Malquerida ciudad
Plaza asolada
Ciudad abandonada
De revuelta y saqueo
De plaga de insectos
De lluvia feroz y despiadada
De habitante indigno
Te levantas
Ciudad de huyentes
Ciudad de penitentes
Malquerida ciudad
Ciudad incendiada
Aniquilada nunca
Ciudad impenitente
Continúas
  Elizaria Flores (Venezuela)





“Mientras duerme la ciudad”
(poesía urbana)


Son las dos…
la ciudad está dormida,
y brillan las luces,
de neón.
Madrid, es como un gato,
con siete vidas,
desvelado por el son,
de una canción.

Las calles de mi barrio,
ya sin ruidos,
portales que guardan,
la intimidad…
Vagabundos,
olvidados del olvido,
soñadores cuando
duerme la ciudad.

La luna de repente
se ha escondido,
entre nubes que
ocultan la verdad,
el ritmo de la vida
es clandestino,
se pierde entre el humo
y el alcohol.

La noche, es una amante
desbocada… perdida
entre tragos on the rock,
se viste de drakuin
la madrugada,
oculta entre el brillo
de un farol.

Un loco buscador
de otros placeres
ya huye de su triste
realidad, al sorbo
de una última calada
husmea entre chinas
y polvo de cristal…

Espera sin piedad
la “Dama Blanca”
sabiendo que ya cerca
está el final…

Roberto Santamaría (España) 

Soneto a Baires

Vos sos mía, ciudad, aunque se oponga
tu marido legal: el intendente,
y te amo en cada esquina, entre la gente,
o donde este habitarte lo disponga.

En el tango que busca tu inocencia
para arrastrarte hacia su desvarío,
y en la música nueva, desafío
de luz-color llenando tu presencia.

A veces no venís cuando te espero
–con más ganas de vos que de mí mismo–
para ser tu nostalgia un sólo instante,
porque sabés a muerte que te quiero
aunque a veces lo niegue –por machismo–
y que habré de morir siendo tu amante.

                                           Rubén Derlis (Argentina)


















2 comentarios:

  1. Hermosa introducción editorial Gabriela y más que placentaras tus recorridos, tus elecciones y esta revista virtual que va creciendo en el corazón de los lectores. Un abrazote grandote.

    Lily Chavez

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